Atípico y fascinante drama de terror; la revisión de este film, pasados ya unos cuantos años desde su estreno, revela lo injusto del ensañamiento crítico del que fue objeto en su momento.
Y es que la propuesta no puede ser más arriesgada: un melodrama pausado e intimista, con la historia del Doctor Jekyll y su némesis Edward Hyde de fondo, desarrollado en un único escenario (la mansión del buen doctor), y con solo dos personajes protagonistas durante más del noventa por ciento del metraje. Mary, una inocente y fiel sirvienta, curiosa por naturaleza, fascinada por la trágica figura de su patrón, Henry Jekyll, solitario doctor que esconde un sufrimiento que irá descubriendo poco a poco, y en la que se ve involucrada de manera irremediable.
Con momentos de extrema belleza (la transición de uno de los sueños de la protagonista, atrapada por su padre, a la "liberación" de la solitaria niña corriendo por la calle; la escena en que Mary sigue a Hyde a lo largo de un tenebroso laboratorio y su posterior huida hacia la casa; la visita a la casa de su madre fallecida, el entierro ...), Frears consigue elaborar un lúgubre y tenso relato psicológico, donde la casa del Doctor conforma un verdadero "espacio cinematográfico"; donde las idas y venidas de los personajes están perfectamente narradas. El contrapunto entre el relato original de Stevenson y el drama interior de Mary están muy bien engarzados, y la ambientación tenebrosa, gris, neblinosa, que los aquilatados fotogramas que Rousselot nos brinda completan un relato donde la tristeza y el drama entran de lleno en el corazón del espectador.
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